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EL NUEVO "NO PASARAN"

EL NUEVO "NO PASARAN"

No fue en Paris, sino en Nantes. Más de 500 manifestantes franceses de esta pequeña ciudad costera, recibieron el año nuevo con pancartas en las que podíamos leer "No a 2007" o "2007 no pasará", mientras buena parte de occidente se preparaba para llegar al momento de los abrazos fingidos, nerviosos o auténticos, que se prodigan al dar las doce. Hay quien aludiría al roquizquierdismo galo, caricatura de un presumible arquetipo cultural sobre el que opinan, con docta e inapelable erudición (sic), los turistas en masas. Ante mi falta de aval, del que presumen los turistas en tropel, que en un paseo de tours, corre y corre e instantáneas, sientan catedra, me puse a buscar las presumibles razones para abdicar así de la esperanza de unos manifestantes que pedían a gritos “una moratoria sobre el futuro”. 

Siguen siendo la quinta economía, aunque solo crezca un 2 % anual. Tienen el sistema de seguridad social que envidian los ingleses. Pronto tendrán elecciones, añado en mi zigzag por periódicos, revistas y reportajes que leo para entender el origen de una manifestación tan curiosa como inaudita.  Entonces me acuerdo de que en las pasadas elecciones casi gana Le Pen, de que sus simpatizantes crecen al hervor de una xenofobia que les empieza a parecer puro y natural instinto de conservación, ante una pureza etnica y cultural que se evapora, mientras envejecen sus gentes, y las calles de Paris, de Lyon, de Burdeos,  son una babel en la que los franceses empiezan a no reconocerse.  Me viene a la mente un comentario que me hizo un amigo, de una refinada francofilia, cuando me contó que los profesores de humanidades, aquellos que tenían que enseñar la cultura francesa, la lengua francesa y su historia, son árabes, sobretodo. Se alarmaba ante la fragilidad que advierte en esa soñada pureza cultural que va en contra de la naturaleza dinámica de la vida. París a veces ya no es una fiesta, cuando arden los suburbios de jóvenes de padres y de abuelos extranjeros, sobretodo de origen árabe, hartos de que no se les considere franceses. 

La manifestación, que arrancó con un espíritu humorístico y de fino sarcasmo, empieza a parecer una marcha nihilista, más que fascista, contra un cambio inevitable. Por aquello que advertía Freud, de que el chiste siempre tiene un lazo con el inconsciente, y por tanto con los temores y sentimientos más primarios. Igual que Chirac, el presidente que vuelve y vuelve como remedio que enferma, los franceses no mueven ficha, aplazan las grandes decisiones, entre discursos elegantes. No quieren renunciar a su sistema de protección social, yendo contra todo lo que pudiera amenazarles, contentos de trabajar cuatro días, y no cinco, y de jubilarse antes de los 60, pero tampoco quieren parir sus mujeres, al menos no lo suficiente como para hacer sostenible a largo plazo el sistema al que se agarran. No quieren pagar el precio de tener que convivir con gente de otra cultura o simplemente con otro fenotipo, aunque hablen el francés y se sientan tan franceses como el que más. Si acaso aspiran, como en el El Gatopardo,a que todo cambie para todo siga igual.  ¡Hay que joderse con los franceses!

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